La tarde anterior al partido, Lautaro no podía dejar de pensar en la cancha. Sentía la ansiedad recorrerle el cuerpo. Ya pasaron siete días desde aquella lesión que lo obligó a mirar desde la televisión cómo su equipo era humillado. A pesar del dolor, había hecho todos los ejercicios de recuperación indicados, y ese día ya había podido trotar con más confianza. Aún faltaban tres días para el alta médica completa, pero el partido contra la Academia San Esteban era al día siguiente… y no podía quedarse afuera del todo.
Gabriela lo vio inquieto, repasando cada jugada mentalmente mientras se ataba los cordones de las zapatillas aunque ni iba a jugar. —Vas a ir, ¿no? —le preguntó con media sonrisa.
—Sí, Sergio me dijo que me quiere en el banco. Aunque no juegue, tengo que estar —respondió Lautaro con determinación.
—Entonces hacé lo que sabés hacer. Apoyalos. —Gabriela le acarició el cabello como cuando era chico. Lautaro cerró los ojos un segundo y asintió.
Esa misma noche, el grupo de Wh