La oficina estaba en silencio cuando Alessandro entró. Cada paso suyo resonaba con autoridad, como un recordatorio de que, aunque su cuerpo había sido débil, su mente y posición seguían intactas. Leticia lo acompañaba, demasiado cerca, intentando ocupar un espacio que no le pertenecía, sonriendo con una seguridad que él ignoraba deliberadamente.
—Bienvenido de vuelta, Alessandro —dijo un empleado, inclinando la cabeza—. Nos alegra verlo recuperado.
—Gracias —respondió él con voz fría—. Espero que todo funcione como debe.
Leticia se inclinó ligeramente hacia él, susurrando: —Podemos organizar todo para que te sientas cómodo de inmediato.
Él apenas la miró. —No necesito comodidad —dijo con un tono helado que dejó claro que su interés estaba en otra cosa.
Se sentó en su escritorio, dejando que los papeles y documentos se apilaran frente a él. Observó el edificio desde la ventana y, aunque la ciudad se movía y respiraba vida, sentía un vacío profundo. Rose… su nombre surgía en su mente, a