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Samantha: Hija de mi corazón

Arturo salió de paseo con las niñas y mi tía también se fue a su casa. Me quedé sola y observé la carta que aún estaba sobre la mesa. Sentía que mis manos temblaban con solo intentar tocar el sobre. ¿Por qué mamá me había dejado una carta? ¿Por qué la tenía Arturo? Tenía muchas preguntas, pero no me atrevía a leerla.

Me senté en silencio en el sofá, y con lágrimas en los ojos, respiré profundo y abrí el sobre. Ver su hermosa letra me hizo suspirar y acariciar el papel, sin duda, ella la había escrito.

"Hija de mi corazón…

Si estás leyendo esta carta, significa que ya no estoy con ustedes. Quería tener la oportunidad de despedirme de alguna manera para no hacer mi despedida más dolorosa. Estoy muy enferma. Perdóname por nunca decirte nada, pero llevar esta carga sola les daba a ti y a mis niñas alegría y estabilidad. No tenían porqué enterarse de nada. Ahora que ya no estoy quiero decirte que te amo y que te amé desde el primer momento en el que te vi…”.

Leí las primeras líneas y no tuve valor de leer más, mi pecho estaba muy agitado y mis lágrimas me nublaban la visión. No estaba lista para leerla y enterarme de esa verdad tan dolorosa que me había ocultado. Estaba enferma y nunca me dijo, pero ahora no quería ni podía derrumbarme. Debía llamar a Martina y seguir adelante.

Doblé la carta con cuidado y la coloqué en el bolsillo de mi pantalón, caminé al baño y lavé mi rostro, necesitaba calmarme.

Busqué de nuevo el número de Martina, me armé de valor y la llamé. De nuevo pensé que no atendería, pero cuando estuve a punto de colgar, escuché su voz.

―¿Martina?

―Sí, ¿quién Habla?

―Soy…. ―Mis manos temblaban sin control y mi voz no salía…― Soy… Samantha…

―¿Samantha?

―Sí… supongo que soy la única Samantha que conoces ―Mi tono irónico y rencoroso salió a la luz.

―Créeme que eres la única Samantha…

―Y quizás la última persona del planeta a la que esperabas escuchar.

―Puede ser, pero…

―Quiero ir al grano. Te llamo porque necesito tu ayuda.

―¿Qué sucede?

―Sé que vives en Nueva York.

―A las afueras de la ciudad.

―Sí, está bien. Tengo un nuevo trabajo en la ciudad y por causas de fuerza mayor debo viajar antes. No tengo dónde quedarme. Empiezo a trabajar el primero del próximo mes y me darán hospedaje esa misma noche.

―No sé…

―No puedo perder ese trabajo, es una gran oportunidad.

―¿Qué dice tu madre de esto?

―Ella… ―dejé que mi tristeza se apoderara de mi voz―. Ella falleció hace dos semanas.

―¡Oh, Dios mío! ―dijo con profunda tristeza ―. Lo lamento tanto.

―Está bien. La vida sigue y de verdad tengo que viajar cuanto antes. No tengo dinero para llegar a un hotel y no conozco a nadie. Créeme que serías la última persona a quien llamaría para algo así.

―Esta no es mi casa, es la casa de mis patrones, tendría que consultarles.

―Invéntales lo que sea, será solo unos días. Puedo trabajar para ellos también. Ayudar en lo que sea. Así podría tener dinero para llegar el primer día al trabajo.

―Veré que puedo hacer.

―Gracias… Mañana te llamo.

Mientras intentaba despertar de la horrible pesadilla en la cual se había convertido mí vida, Arturo volvió con las niñas.

―Samy, papá nos llevó a comer hamburguesas y helados ―dijo, Lucí.

―Yo me comí uno de chocolate con muchos colores ¡Yo misma lo preparé! ―agregó alegre, Lucía.

―¡Qué bueno que la pasaron bien! ―dije sosteniendo mi dolor.

Las niñas se retiraron a su habitación y Arturo se dio cuenta de mi tristeza…

―Leíste la carta…

―No, solo pude leer las primeras líneas. Estaba enferma… ―lloré―. No tuve fuerzas para leerla.

―Lo lamento… Me enteré el día que me entregó la carta. No sé lo que dice, pero me dijo que no quería hacerte sufrir con la verdad de su enfermedad y por eso lo ocultó.

―Pero… ―dije mientras sentía que mis ojos se llenaban de lágrimas―. Pude haber estado más pendiente de ella.

―No pienses en eso. Piensa en todo lo bonito ―dijo acariciando mi hombro con cierta distancia ―No quiero cambiar el tema ni que pienses que soy un hombre insensible; y más por lo que te acabas de enterar, pero necesitamos hablar ―Señaló el sofá y me senté esperando lo peor.

―¿Por qué no me dijiste nada? ―dijo serio.

―¿De qué hablas?

―Las niñas me dijeron que te vas.

―Encontré trabajo en Nueva York―respondí con mi mirada hacia mis zapatos.

―¡¿En Nueva York?!

―Lo lamento, debí habértelo dicho.

―Yo no quiero hacer esto Samantha, pero necesitas entender que son mis hijas y no puedes llevártelas.

Sus palabras retumbaron en mi corazón como mil cuchillos golpeándome sin piedad hasta caer derrotada.

―No digas eso… necesito ese trabajo para poder cuidarlas.

―Yo las puedo cuidar.

―¿Te las quieres llevar?

―No se trata de eso, pero si te las llevas a Nueva York será mucho más difícil estar cerca de ellas.

―No entiendes nada.

―Explícamelo.

―Necesito desocupar la casa. Tengo la orden de desalojo.

―¿Por qué no me habías dicho?

―¿Para qué? ¿Tienes el dinero?

―No utilices el sarcasmo conmigo. Creo que deberías incluirme en tus planes y más si involucran a mis hijas.

―Perdóname, Arturo, pero cómo esperas que te incluya si desde hace dos años no estás con las niñas, he estado sola con mamá y ahora que ella no está debo cuidarlas.

―No son tus hijas, Samantha; creo que eso no lo has entendido.

De nuevo sentí un duro golpe en mi espalda, en mi corazón y en mis sentimientos.

―Es cierto―respondí sin poder controlar mis lágrimas de nuevo―, no soy su mamá, pero su madre no está; y soy su hermana mayor, la que las ha cuidado desde que nacieron como si fueran mías también.

―Lo entiendo, pero…

―Por favor, no te las lleves. No podría soportarlo―dije, llorando inconsolable.

―¿Cuáles son tus planes?

―Dejar a las niñas con Kate, viajar a Nueva York; y en tres meses espero poder llevarlas conmigo.

―Quiero que se queden conmigo ese tiempo.

―No― dije sin pensarlo.

―No te estoy consultando…

―¿Cómo vas a cuidar de ellas? Tu trabajo, tus responsabilidades, ¿quién les va a cocinar, o a leer su historia favorita cada noche?

―No te he comentado nada porque no hemos podido hablar bien. Tengo pareja, vive conmigo desde hace casi un año y tiene una hija de la edad de las niñas. Ella quiere conocerlas e incluirlas en la familia.

―¿Ahora sí quieres tener la familia feliz? ―dije molesta, me puse de pie y crucé mis brazos intentando encontrar la manera correcta para aplacar este dolor tan grande que sentía en mi pecho.

―¡No voy a seguir tolerando tu falta de respeto! ―dijo Arturo molesto levantándose del sofá.

―¿A esto le llamas falta de respeto?

―¡Ya no quiero discutir! ¡Mañana vengo por ellas! ¡Resuelve tus problemas en Nueva York y después conversamos! ―dijo molesto y se retiró lanzando la puerta.

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