Después de estar con mi asistente, Laura, revisando todos los sobres, Samantha Bellemore fue la seleccionada. Me senté de nuevo en mi silla con el sobre en la mano y leí un poco su información personal: Samantha Bellemore de 25 años, estudiante de diseño de moda...
―Laura, ¿por qué no tiene foto el informe de Samantha? ―dije alzando un poco la voz para que me escuchara.
―Ninguno tiene foto señor, la Srta. Alicia lo solicitó así para poder tomar una elección imparcial ―respondió acercándose a mi escritorio.
―¿Eso hizo?, no me di cuenta de ese detalle―Junté mis labios en aprobación a la extraña y acertada decisión de Alicia, aunque fue sin consultarme.
―La Srta. Bellemore, tuvo una entrevista de trabajo hace pocos días con el responsable de Recursos Humanos, y fue contratada para empezar el próximo mes como asistente del nuevo diseñador, Silverman.
―Interesante ―dije sosteniendo aún el informe en mis manos―. Así que conoceremos a la afortunada después.
―Sí, señor… ¿Quiere que le notifique que sus diseños han sido seleccionados?
―No, gracias. Después se le notificará. En persona.
Laura asintió y se retiró.
Me quedé sentado algunos minutos y revisé mi móvil recordando los mensajes que había recibido más temprano; seguramente era Alicia en su versión “enfadada” por no responderle. Tenía cincuenta y tres mensajes. No los leí y la llamé.
―¿Espero que tengas una muy buena excusa? ―dijo inmediatamente al atender mi llamada al primer repique.
―Discúlpame…
―¿Qué te disculpe? Estoy fuera del país y ni si quiera te preocupa saber si estoy bien, o si me secuestraron.
―No exageres, Alicia ―dije sosteniendo mi cabeza con mi mano libre.
―No estoy exagerando…
―Si vamos a discutir, mejor hablamos después. Necesito hablarte de trabajo.
―¡Perfecto? … ―respondió molesta y colgó la llamada.
Su actitud posesiva me molestaba tanto que, solo escuchar su voz en un tono más alto me hacía apretar mis dientes. Alicia no era una mala mujer, pero no sabía qué nos había pasado. Al principio estábamos tan enamorados que creí que había encontrado a la mujer de mi vida al primer momento de verla; aunque nuestras primeras conversaciones fueron en monosílabos enredados en la sábana de un hotel.
Aún con el pasar de varios años conserva su esbelta y hermosa figura con curvas que enloquecen a quien las mira; una mirada sensual que te hipnotiza, y una cara de ángel que te transporta al cielo. Pero todo se limita a una bonita envoltura, porque una vez que la conoces, no es lo que parece ser. Aunque a pesar de su actitud que muchas veces rechazo, creo que ella no es el problema, soy yo. No sé lo que quiero. Soy yo al que moldearon de una manera desde niño, pero, en el fondo, deseo ser distinto.
Alejé los pensamientos de Alicia y decidí llamar a la granja para hablar con Martina y darle la sorpresa. No sabía exactamente cuándo iba a ir, pero estaba contando los minutos para desconectarme de mi vida “perfecta”.
―Mi querida, Martina―dije al escuchar su voz al otro lado de la línea.
―Mi niño, Liam ―respondió alegré.
Martina ha trabajado toda la vida en la granja de mis padres, la recuerdo ahí desde que tengo memoria. Todas las mañanas de verano que pasábamos en la granja iba a recolectar algunas frutas frescas para los desayunos; y me llevaba con ella. Yo tenía seis años. También íbamos a los establos para buscar leche y huevos, era una vida de campo que disfrutaba siempre. Cada año deseaba que el verano llegara para ir.
―Espero ir a visitarla pronto.
―Cuando usted quiera, hace mucho que no lo veo. Su chocolate lo estará esperando.
―Gracias. Haces el mejor de todos.
―Es una receta especial; el submarino. ¿Lo recuerdas?
―Imposible de olvidar…
Sonreí al recordar que siempre que me servía chocolate, me decía que era una receta especial que un amigo argentino de su familia le enseñó a su madre; y que cada viernes disfrutaba junto a sus cuatro hermanos.
Recuerdo el aroma a vainilla, de la leche tibia; y mi parte favorita de todas, era observar un trozo de una barra de chocolate que se derretía para perderse en el fondo de la taza. En ese momento, era testigo del submarino de chocolate más delicioso de todos. Un lindo recuerdo de mi niñez y que tengo mucho tiempo que no disfruto.
Mi niñez no fue normal, mi padre desde niño me obligaba a vestir elegante, a no ensuciarme, y a tratar a los demás como si estuvieran debajo de mí. Si me veía en la cocina con Martina se enojaba mucho y me golpeaba con su correa seis veces, la edad que tenía en ese momento; y a medida que los años pasaban, los correazos aumentaban.
Una vez dejó a Martina sin su pago mensual por llevarme al establo y volver lleno de barro de pies a cabeza. Mi madre no decía nada ante sus golpes y sus injusticias, ella solo observaba y asentía a todas sus peticiones. Siempre he pensado que es otro títere más de la colección de papá, aunque solo ella sabe más de mí, pero no me ayuda a ser el hombre que verdaderamente soy debajo de las apariencias.
Por un tiempo me convertí en el mayor de los prepotentes gracias a mi padre, pero cada día lucho por no ser ese hombre que él ha querido hacer de mí. Sé que no está bien. Pero aún delante de mi padre sigo siendo ese niño que él formó a golpes y a veces lo dejo escapar sin darme cuenta. Solo podía y puedo ser yo de verdad estando en la granja, pero en su ausencia.
Conversé con Martina un poco, colgué la llamada y enseguida mi padre entró abruptamente a mi despacho:
―¿Cómo se te ocurre escoger el diseño ganador sin estar Alicia presente?
―¿A qué se debe tu molestia? Puedo decidir eso sin ningún problema ―Observé a Laura un poco molesto por informarle.
―Tienes que esperar a Alicia, o por lo menos notificarle.
―Papá, por favor. No quiero ser grosero contigo.
―¡Lo estás siendo! ―dijo extrañamente alterado.
―¿Se puede saber qué sucede?
―¡Nada, no sucede nada! ―respondió enojado caminando de un lado a otro― ¿Viste el sobre de Fabiola D´far? ―dijo nervioso―. Creo que sus deseños son mejores ―Me extendió la mano y me mostró el sobre de “Fabiola”.
―¿Por qué debía de tomarle especial interés a este sobre? ¿La conoces?
―Claro que no, solo estoy pensando en mantener el prestigio de la empresa.
―De mi empresa, papá.
―De tu empresa y de Alicia.
―¿Entonces? ¿Por qué debo considerar el sobre de esta mujer?
―Revisa de nuevo los diseños y comunícale a Alicia, seguro que va a querer los de Fabiola también.
―No voy a cambiar de opinión. Pensé en consultarle a Alicia, pero ella también ha tomado decisiones sin mí. Y sé que elegí bien.
Mi papá se retiró como loco del despacho balbuceando algunas palabras. No entendí por qué su insistencia en el sobre de esa mujer, pero me dio mucha curiosidad.
Llamé de nuevo a Laura.
―Perdone, señor Parker―dijo ella con su cabeza baja―. Su papá llegó, vio los sobre y empezó a revisarlos alterado. Encontró el que buscaba y me dijo que se lo entregara por encima de los otros, pero le dije que ya usted había elegido y entró muy enojado.
―Está bien. No fue tu culpa.
Laura se retiró y pensé en llamar de nuevo a Alicia y saber si ella conocía a “Fabiola”, pero en realidad mi orgullo me lo impedía; y esta vez quería obedecerle. Además, ya había tomado una decisión que no iba a cambiar.