Regresé a Nueva York y no quería ni debía volver a mi apartamento. Busqué una habitación en un hotel cercano a la empresa y recibí el mensaje de mi chofer confirmándome que Samantha estaba con él. Había aceptado. Sonreí feliz, tomé una ducha y me acosté. Deseaba que amaneciera rápido.
Llegó la mañana, fui rápidamente a la empresa y busqué a Samantha con mi mirada en todo momento. La esperaba muy ansioso. Por un momento pensé que en el último segundo se había arrepentido de volver, pero de pronto la vi, y al verme, sonrió tímidamente.
Respiré profundo y tal como le había prometido, me mantuve un poco distante, aunque deseaba todo lo contrario. Entramos juntos al elevador y afortunadamente no estábamos solos, si no hubiera sido imposible no acercarme. La acompañé a la que sería su nueva oficina.
―Bienvenida…
―Gracias…
―Ana será tu asistente―dije mientras Ana, la misma que había trabajado con ella en el almacén de las telas, se acercaba. Se dieron un abrazo.
―Acompáñame al despacho para