La niebla descendía temprano en los días posteriores al juramento colectivo. El aire en torno al templo ya no olía a ceniza, pero tampoco a calma. Era como si el mundo estuviera conteniendo el aliento antes de un juicio final que nadie se atrevía a nombrar.
Sariah pasaba las madrugadas de pie frente al Árbol del Tiempo, observando cómo el nuevo brote, nacido de la sangre compartida, crecía más rápido de lo esperado. Pero en las madrugadas más frías, sus hojas temblaban… como si algo invisible se acercara a él desde otro plano.
Fue Elandra quien trajo la noticia.
—Los devotos del Vacío han fundado un santuario —dijo, apoyada en su bastón de marfil—. Lo llaman La Cámara del Olvido. Está en las tierras de los Clanes de la Tormenta, donde la memoria fue más castigada por la guerra.
Sariah frunció el ceño.
—¿Quién los lidera?
—Una mujer que dice hablar con la Portadora. No muestra el rostro. Se hace llamar La Voz.
—¿Y qué enseñan?
—Que el pasado no existe si nadie lo recuerda. Que la histo