En la cripta del templo, bajo la luz temblorosa de las lámparas de aceite, Sariah se preparaba para un ritual que ningún líder había osado realizar en siglos: la invocación del Rastro Espectral del Linaje. Una ceremonia que, si se realizaba correctamente, permitía hablar con las versiones pasadas de un ancestro... incluso aquellas que ya no estaban completas.
Frente a ella, el Círculo de Sal, las hojas de álamo seco y el cuenco con agua de Zholdra temblaban como si una presencia ya estuviera al acecho. En su mano, el anillo de Serena, guardado durante generaciones, relucía con una chispa viva.
—Serena Thorne, Reina Alfa del ciclo anterior, vengo a ti con respeto —dijo Sariah, de rodillas—. Necesito respuestas. Y más que eso… necesito la verdad de tu fragmentación.
El silencio se volvió denso. No como vacío, sino como un recuerdo pesado que empuja desde dentro del pecho.
Entonces el aire cambió.
Una figura surgió del vapor del cuenco. Serena. O parte de ella.
No tenía forma sólida. Sus