ALFA RHYDAN
Caminaba como un fantasma. El eco de las risas, de los vítores, de la celebración aún resonaba en mis oídos como una pesadilla. Había visto con mis propios ojos lo imposible: Laurenth, mi Laurenth, la mujer que rechacé, estaba embarazada.
Cada paso era un golpe en mi pecho. Sentía que la tierra se abría bajo mis pies, que mi mundo se derrumbaba. No podía aceptar lo que había escuchado. No podía aceptar que todo lo que había creído durante años… había sido mentira.
Habían rumores, siempre había rumores. En una manada lejana, decían, vivía una anciana bruja capaz de ver pasado, presente y futuro en el mismo hilo. Yo nunca había creído en esas historias, pero esa noche mis pies me llevaron solos hacia el claro del bosque, donde la luna iluminaba una cabaña pequeña y torcida, como salida de un sueño extraño.
Golpeé la puerta con el corazón en la garganta.
—Pasa, hijo. —La voz quebrada de la anciana me hizo estremecer.
Entré y el olor a hierbas, cera y humo me envolvió de inmed