LAURENTH
La habitación estaba en penumbras, iluminada apenas por la luz de la luna que se filtraba por las cortinas. El bullicio de la fiesta había quedado atrás, y ahora solo existía el silencio, el calor del cuerpo de Kael contra el mío y el suave murmullo de nuestros latidos.
Estábamos en la cama, yo recostada de lado, con su brazo rodeándome como un lazo imposible de romper. Sus dedos acariciaban con infinita delicadeza mi vientre, como si temiera romper el milagro que llevaba dentro. Cada roce era un recordatorio de que no estaba soñando.
—No puedo creerlo, Kael… —susurré, con lágrimas en los ojos y una sonrisa en los labios.
Él apoyó la frente contra mi cabello, aspirando mi aroma.
—Yo sí, mi amor. Mi cachorro está ahí adentro. —Su voz era grave, cálida, cargada de certeza—. En cuatro meses serás madre.
Me estremecí. La palabra “madre” se sentía inmensa, pesada y hermosa al mismo tiempo.
—Tengo miedo —confesé con un hilo de voz—. ¿Y si no soy buena madre?
Kael soltó una risa baj