LAURENTH
El carruaje pasó por unas enormes puertas de piedra custodiadas por dos lobos imponentes. Apenas vieron la insignia, inclinaron la cabeza en reverencia. Sin dudar. Sin titubear.
Extraño.
Pero ok.
Dos pasos más… y el aire cambió. Soldados en formación aguardaban en la entrada. Y entonces ocurrió: todos, absolutamente todos, se hincaron al unísono.
—¿Eh…? —susurré, frunciendo el ceño. Había estado en manadas grandes, había visto alfas y ceremonias, pero jamás había presenciado algo así. Ni siquiera Rhydan había recibido tal muestra de devoción.
La escolta completa inclinaba la cabeza con respeto casi sagrado.
Una mujer se acercó apresurada, voz firme y clara:
—Su majestad, hemos preparado sus aposentos y el ala privada para la joven princesa y su… invitada.
¿Su qué?
«¿Lau, escuchaste? Lo llamaron su majestad. ¿Por qué lo llamaron así?»
«No lo sé, Alya… esto ya está demasiado raro. Se supone que es solo un alfa, ¿verdad?»
Giré lentamente hacia Kaelan.
—¿Majestad? —repetí con inc