LA COCINA DEL REY

LAURENTH

Cuando Kaelan me guió hasta la cocina, sentí de inmediato el ambiente tensarse. Apenas cruzamos la puerta, la servidumbre se paralizó. Cucharas cayendo en cazuelas, platos detenidos a mitad de camino, ojos como platos.

—Su majestad… —susurró una cocinera, inclinando la cabeza como si hubiese visto un fantasma—. ¿Qué… qué hace aquí?

Kaelan arqueó una ceja, divertido.

—Vengo a cenar.

La mujer palideció. Una de las ayudantes casi dejó caer una olla al suelo. Estaba claro: el rey jamás pisaba la cocina.

Yo me aclaré la garganta y sonreí con calma.

—No se preocupen, no vengo a inspeccionar nada. Solo quiero cocinar yo misma. ¿Puedo?

El silencio fue tan denso que casi pude cortarlo con un cuchillo.

Kaelan habló con voz firme pero amable:

—Escúchenme bien. Desde hoy, si Lau quiere entrar a la cocina, entra. Si quiere cocinar, cocina. Nadie lo impide. ¿Entendido?

Un murmullo de obediencia recorrió la sala, todos inclinando la cabeza. La tensión seguía ahí, pero se disolvía poco a poc
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