LAURENTH
Después del almuerzo, el sol iluminaba el prado que se extendía detrás de la mansión. El aire estaba fresco, cargado con el aroma de las flores silvestres. Me senté con Lyra en la hierba, aún con la sensación de agotamiento en mi cuerpo después de la pasión de Kael la noche anterior. Sonreí al verla tan inquieta, con esos ojitos brillantes de emoción.
—Bueno, mi cachorra —le dije acariciándole los rizos—. ¿Quieres conocer a Alya?
—¡Siiii, mami! —sus ojitos se iluminaron como estrellas.
—Está bien. Pero escucha: quédate un paso atrás y gírate cuando te lo diga, ¿de acuerdo?
Ella asintió con la seriedad de quien recibe un encargo importante. Me puse de pie, dejé caer la bata blanca que llevaba encima, y sentí a Alya, mi loba, tomar el control. Mi piel ardió, mis huesos crujieron y en segundos ya no estaba yo, sino ella.
«Listo, cachorra», hablé por el vínculo mientras Lyra se giraba. «Mira… esta es Alya.»
El asombro en el rostro de mi niña me arrancó una sonrisa interna.
—Wow…