KAELAN
Sabía que estaba ahí.
No necesitaba verla, el vínculo tiraba de mí como una cuerda invisible. El aire mismo me lo dijo: mi hembra había salido de la habitación.
Crucé el patio en silencio, los guardias se inclinaron, pero yo apenas los miré. La luna llena bañaba el bosque en plata, seguí su aroma a jazmín, miel y entonces la vi.
Laurenth ya no era Laurenth.
Era Alya.
Su loba estaba ahí, imponente, hermosa, segura, de un color dorado hermoso, casi luminosa bajo el cielo nocturno. La brisa agitaba su pelaje y mi pecho se apretó de orgullo y deseo.
King gruñó en mi interior, desesperado.
«Kaelan, déjame salir. Quiero verla de cerca. Quiero correr con ella. Nuestra hembra es hermosa.»
—No todavía. —Mi voz fue un susurro.
Pero cuando Alya se lanzó entre los árboles, ligera como el viento, no resistí más. Solté a King, y en un parpadeo el mundo cambió.
Mi cuerpo se alargó, se endureció, la bestia emergió. Un rugido escapó de mis fauces. Corrí tras ella, y cada músculo me gritaba que