LAURETH
—No pasó nada. No pasó nada. ¡NO PASÓ NADA! —murmuraba entre dientes mientras caminaba a toda prisa por los pasillos del palacio, con los pies descalzos y la cara ardiendo.
Alya, por supuesto, no me dio respiro.
«Nada, dices… ¿y entonces por qué tu corazón late como tambor de guerra? Hace menos de un minuto estabas acurrucada en el pecho del rey, suspirando como loba en celo. Y lo peor: lo admitiste. Dijiste que te gustó».
—¡Fue un accidente! —protesté mentalmente.
«Claro… las piernas se enredan solas, las cabezas encuentran el hueco perfecto en el pecho de un macho, y las manos… bueno, ya sabes dónde descansaron las tuyas».
Me tapé la cara, roja como nunca. Tenía que enfocarme en lo importante: vestirme y fingir que nada había pasado. Pero el armario preparado para mí era una trampa. Seda, corsets, vestidos que gritaban “soy la futura reina”.
—Genial… ¿dónde está la ropa que diga “soy normal”?
Al final opté por un vestido beige, sencillo, cerrado hasta el cuello, largo hasta