El silencio que reinaba en la sala de juntas del hospital era inusualmente denso. No se escuchaba el zumbido de los fluorescentes, ni el chirrido de sillas mal ajustadas. Solo respiraciones contenidas, teclados en pausa y las miradas expectantes de un comité médico que no se atrevía a pestañear.
Valeria entró con paso firme, bata blanca perfectamente entallada, cabello recogido sin un solo mechón fuera de lugar y los labios pintados con un rojo sutil, pero desafiante. Detrás de ella, el Dr. Navarro y su equipo de aliados.
—Doctora Ríos —anunció la presidenta del comité, una cirujana de gesto severo que, hasta ese día, nunca se había pronunciado abiertamente a su favor ni en su contra—. Tiene usted quince minutos para presentar su defensa. Luego responderá a las preguntas del comité.
Valeria asintió con serenidad. Sabía exactamente cómo jugar esa partida.
—Agradezco la oportunidad —dijo con voz firme—. Lamento que estemos aquí discutiendo rumores y no resultados médicos. Pero si quiere