La sala de juntas no tenía ventanas, pero el aire podía cortarse como mantequilla en espera del veredicto. Afuera, la tensión se sentía en los pasillos: rumores, pasos apresurados, médicos murmurando entre sí. Dentro, Valeria Ríos estaba de pie. Seria. Impecable. Inamovible.
La junta médica había sido convocada de emergencia luego de los hallazgos presentados por Valeria en la audiencia anterior. Pero no estaban solos esta vez.
—Soy el agente especial Gabriel Araújo —dijo el hombre que acababa de entrar con una carpeta negra y la voz firme de quien estaba a punto de cambiarlo todo—. En coordinación con el Departamento de Salud y el Gobierno Central, hemos abierto una investigación penal contra múltiples miembros del personal de este hospital.
Luciana, sentada un par de sillas más allá, apenas alzó una ceja. Su rostro, inmaculado. Su maquillaje, perfecto. Solo sus uñas temblaban levemente contra el vaso de agua que aún no había tocado.
Valeria no miró a nadie más. Solo a Gabriel, con u