El eco de unos pasos resonó en el pasillo frío del hospital, firmes, seguros, como si su dueño no tuviera miedo de nada… o como si supiera exactamente hasta dónde podía jugar con fuego sin quemarse.
—Doctora Ríos —dijo una voz grave y contenida a sus espaldas—. Qué gusto volver a verla.
Valeria se giró en seco, su guardia ya alta desde que recibió el último acceso no autorizado al historial de Clara. El hombre frente a ella tenía el cabello con canas perfectamente peinado, bata impecable, y una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
—Dr. Santillán —respondió con frialdad—. Creí que se había retirado… o lo habían retirado.
—Ambas cosas son ciertas. Pero los fantasmas del pasado siempre saben cuándo regresar. Y yo soy un fantasma útil para algunos… y una advertencia para otros.
Valeria no dijo nada, pero sus ojos lo perforaban.
—Sé lo que estás haciendo —dijo él, bajando la voz—. Y no voy a detenerte. De hecho… tengo algo que deberías ver.
Del bolsillo interno de su bata extrajo una memoria