Me senté en la orilla de la cama, aún con la sensación del desayuno reciente en el estómago y el corazón un poco agitado. La nota de Alex estaba bien guardada en mi cartera, como si fuese un amuleto. La había leído tantas veces que podía recitarla de memoria, pero no me cansaba: su letra firme, sus palabras agradecidas, la manera en que me había confesado que me quería.
Tomé de nuevo el celular y me quedé mirándolo unos segundos. No sabía bien qué escribirle sin sonar repetitiva o demasiado ansiosa, pero al final decidí ser honesta, como lo había sido él conmigo.
"Buenos días, Alex. ¿Cómo va todo con tu mamá? Si quieres que esté allí contigo, dime y voy al hospital. Estoy lista."
El mensaje quedó en la pantalla, temblando, hasta que lo envié con un ligero nudo en la garganta. Me mordí el labio y solté un suspiro. Pasaron solo unos minutos antes de que la notificación apareciera.
"Vale… sí, ven. Me gustaría mucho que estés aquí. Estoy en la habitación de mi mamá. Te espero."
El corazón