Reik se ajusta los patines, intentando ignorar el cosquilleo en la nuca. Tiene cuatro niños en fila, cada uno con sus cascos decorados con stickers de dinosaurios, sirenas y corazones.
—¡Profesor Reik! —llama una niña, alzando la mano con determinación—. ¿Vamos a practicar los giros hoy?
—Claro que sí, princesa —dice con una sonrisa suave, su corazón latiendo rápido de orgullo—. Hoy les enseñaré cómo girar y frenar con elegancia, ¿vale?
Mientras les demuestra un giro simple, deslizando su cuerpo con gracia sobre la pista, un hombre trajeado lo observa desde la zona de entrenadores. Es de cabello castaño con ligeras canas en las sienes y lleva un gafete que dice “Federación Nacional de Patinaje Artístico – Comité de Talentos”.
—¿Quién es ese chico…? —pregunta a una colega.
—Es Reik… patinaba en competencias hace años. Se fue del pueblo para ser una estrella y regreso hace meses, tuvo un accidente personal y supongo que por eso se retiró, pero ahora entrena niños —responde la mujer, vie