Una vez que los criminales acabaron con su trabajo y el cuerpo de Daniel no dio para más, lo tomaron por los brazos y lo sacaron a la fuerza del galpón, en el mismo barrio donde lo encontraron, lo arrojaron bajo la lluvia fina, golpeado y apenas consciente.
Daniel despertó en la oscuridad de un callejón, su cuerpo dolía como si lo hubieran pasado por una trituradora, le costaba respirar, cada movimiento era una punzada.
Pasaron algunas horas para que lograra ponerse de pie, tenía la camisa rota, la sangre seca pegada al rostro, y el orgullo hecho pedazos.
Recordó los rostros de los hombres que lo habían golpeado, sus amenazas, y el frío metal de la pistola que uno de ellos había apoyado contra su sien.
Con dificultad él comenzó a caminar, tambaleándose por una calle lateral, se apoyó contra una pared, tratando de respirar y una vez más llegó otro recuerdo.
“Esta es tu última oportunidad, o el dinero aparece… O tu cadáver lo hará primero.” Las palabras resonaban en su mente como