Estaba atardeciendo y David llegó a la casa de Mari con la sensación de que cada minuto perdido podía ser crucial.
El cielo comenzaba a teñirse de un naranja intenso, y el reflejo dorado sobre el agua del lago, cercano a la casa, irradiaba paz.
Él estacionó la camioneta con cuidado, observando desde la distancia cada ventana iluminada de la casa, esperando ver a Mari.
David necesitaba hablar con ella antes de que cualquier problema se agravara, antes de que esas mujeres intentaran algo.
Al acercarse silenciosamente, David dudó, ¿Debía decirle? ¿La asustaría? Pero ella necesitaba saberlo, era importante.
David se quedó estático por un momento, mirando hacia el lago una vez más, todo parecía tan tranquilo, tan sereno, él inhaló profundo, pensativo, tomando convicción.
Sí, debía decírselo.
Y con solo acercarse a la puerta de la entrada, el corazón de David empezó a latir con fuerza, recordándole que la verdadera tormenta estaba dentro de él.
Cuando entró, David observó a Mari de