El aroma de la cena flotaba en el aire. Bruno clavó el tenedor en el trozo de carne y se lo llevó a la boca con movimientos mecánicos. Después de tragar, dejó el cubierto a un lado del plato.
—Tía, no tengo tiempo para una nueva pareja —respondió, evitando su mirada—. En verdad, mi vida ya es lo suficientemente complicada como para añadirle más problemas.
Florencia lo observó con esa mezcla de ternura y firmeza que solo una mujer que lo había criado podía tener. Luego sus ojos, surcados por arrugas que delataban sus años, se posaron en la pequeña Leia, quien, ajena a la tensión, estaba concentrada en su plato de crema de vegetales, dibujando pequeños círculos con la cuchara.
—Ya ha pasado más de un año y medio desde lo de Lena, Bruno. Leia necesita una madre. Yo ya no soy joven, y cuando ya no esté, quiero que mi princesa tenga una familia. —Hizo una pausa, dejando que el peso de sus palabras se asentara—. Giselda es una buena mujer: tímida, cariñosa y de familia respetable. He hablad