En el trayecto a casa, Lena iba en silencio, sumergida en sus emociones. Apenas sintió que el carro se estacionaba, salió de él y cruzó la puerta principal sin mirar a nadie, dirigiéndose directamente a su habitación. Al entrar se dejó caer en la cama, y el llanto, contenido en su alma, se desató como una tormenta.
De repente, su teléfono sonó. Había lanzado su cartera a un lado de la cama. Estiró su mano al ver en la pantalla una videollamada y, al reconocer de quién se trataba, activó solo la llamada, no quería que la viera en ese estado.
—Hola, cariño, ¿estás bien? —preguntó una voz ronca.
—Sí, estoy bien —respondió entre sollozos, sus palabras casi inaudibles—. Pero abuelo, tuve tan cerca a mi princesa y no la pude tocar, ¿Por qué soy tan débil? Solo... solo en ese momento sentí lo mucho que la extraño —tomó varias bocanadas de aire para reponerse—. Abuelo... Se que estuve a punto de estropearlo todo. Pero Ver a mi pequeña princesa hizo que mis emociones salieran a flote.
—Mi niña