Después de estacionar el auto, Bruno avanzó hacia el edificio con pasos lentos. Cruzó la entrada y saludo con amabilidad al portero, tomó el ascensor y ascendió hasta el pent-house. Al abrir la puerta, el frío lo envolvió con una crudeza que le cortó la respiración.
Avanzo hacia el interior. El lugar olía a limpio. Brenda seguía viniendo cada semana, fiel a su rutina, y limpiaba todo excepto la habitación de Lena. Bruno subió las escaleras y, al abrir la puerta del dormitorio de su esposa, miró el lugar tal como lo recordaba, la luz de la tarde se filtraba entre las cortinas.
—Todo sigue igual que como lo dejaste. No he permitido que muevan nada —murmuró, deslizando los dedos sobre la mesita de noche, donde había un libro de amor a medio leer—. Si tan solo te hubiera demostrado más cariño, quizá aún estarías aquí...
Su voz se quebró. Se dejó caer sobre la cama fría, extendió una mano y agarró una almohada, igualmente helada. La abrazó con fuerza, mientras aspiraba con desesperación el