Capítulo unce 11

Lena jadeó al despertar. Abrió los ojos lentamente, sintiendo los párpados pesados como plomos mientras los recuerdos irrumpían de golpe en su conciencia: fragmentos de cómo corría en pánico, de esa mirada impenetrable y helada, imágenes borrosas de cómo la subieron a la fuerza a un carro. Todo se mezclaba en su cabeza como un torbellino de confusión. Antes de que pudiera ordenar sus pensamientos, una voz áspera la ancló a la realidad.

—¡Por fin despertaste, mi querida Lena!

Ese tono le erizó la piel. Con confusión, giró la cabeza hacia el origen del sonido y se encontró con la mirada de un hombre de cabellera blanca y rostro surcado por las arrugas de la edad, sentado en una silla de ruedas. El anciano cerraba lentamente un libro encuadernado en cuero; sus dedos temblorosos acariciaban la portada, mientras sus ojos de color ceniza la observaban con preocupación.

—¿Dónde estoy? —Intentó incorporarse, pero una oleada de náuseas la derribó contra la almohada. Sentía que el mundo giraba
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