Leía, aún aferrada al cuello de su padre, levantó su carita y la giró hacia la mujer; sus labios temblorosos formaron palabras entrecortadas.
—¡Pedro me... me pegó duro con la pelota y me duele! ¡Y Andrés me dijo... dijo que era... que era... fea porque mi mamá… mamá murió! —Hundió nuevamente su cara en el hombro de Bruno.
—Vamos, calmemos los ánimos —dijo la directora con una sonrisa forzada—. Leía es una niña encantadora, pero también muy tímida. Cuando los demás niños juegan, ella no se integra, y eso a veces provoca malentendidos entre ellos.
Bruno sintió la ira ardiendo en su pecho. La mujer mantenía esa actitud imperturbable, la misma de siempre, como si Leía fuese un problema que no entendían. Ya les había dado suficientes oportunidades, y en ese momento se dio cuenta de que su hija merecía algo mejor.
—He tomado una decisión —declaró, midiendo cada palabra mientras, con los dedos, acariciaba el cabello de Leía—. La sacaré de este colegio. Si no son capaces de ver más allá de s