Lena caminaba desesperada entre los árboles, arrastrando hojas secas que crujían bajo sus pies. A lo lejos, distinguió la figura de Donato. Se quedó inmóvil, siguiendo la trayectoria de su mirada. Algo se tensó en su rostro, y un pensamiento atravieso su mente: "¿Qué tanto mira hacia esa dirección?"
Cuando vio que Donato retrocedía y se dirigía hacia un claro, Lena supo que se iba. No lo dudó: avanzó hacia el camino que él había observado. Era un sendero poco transitado, donde la vegetación crecía salvaje y el aire olía a tierra húmeda.
De repente, escuchó a lo lejos pisadas sobre hojas secas; aquel crujido le heló la sangre. Con cautela, avanzó hacia el ruido. Al ver la figura de un anciano caminando con torpeza en círculos como si analizara qué hacer, se ocultó detras un árbol, conteniendo la respiración. Lo observó durante unos segundos, y entonces la imagen de la foto que su abuelo le había mostrado irrumpió en su mente: era su enemigo.
"¿Qué hace aquí solo?", miró a su alrededor