Leía con sus ojitos agudos, no comprendía por qué aquel señor la alejaba de su familia. Le tenía miedo y se movía desesperada, intentando zafarse de su agarre. Solo quería salir corriendo. Para ella, el dolor era cada vez más insoportable. No podía hacer nada más que gritar desde lo más profundo de su ser.
—Me dueleee… Suéltemeee… ¡Me duele mi bracito!
Sus llantos se convirtieron en alaridos tormentosos para Fabricio. Cuanto más le ordenaba que se callara, más fuerte gritaba la niña. El hombre no había esperado aquella reacción. La pequeña, frágil y temblorosa, se negaba a obedecer. El anciano iba perdiendo la paciencia; cada lamento de la niña era para él era un peligro de ser descubierto.
—¡Cállate, maldita! —rugió, con su aliento áspero lleno de odio, mientras le clavaba las uñas en el brazo —. Si no te callas, mataré a tu papá y a tu tía.
—¡Me lastimas! Suéltameee... ¡Por favor! —gritaba, mientras sus lágrimas se mezclaban con su saliva. Su manito libre se balanceaba en el aire, b