El viento helado cortaba el paso de Lena mientras sus pulmones ardían, ahogados por el miedo al ver a su hija inmóvil entre sus brazos. "Dios, por favor, que no tenga nada grave mi pequeñita", rogaba en silencio, con el corazón acelerado golpeándole el pecho. Un gemido escapó de su garganta ante las imágenes que se desataban en su mente: "¿Por qué mi vida se ha convertido en una tragedia? ¿Por qué mi vida tiene que estar ligada a este juego perverso?"
En el camino, vio a un grandulón que avanzaba hacia ella. Al distinguirlo, un alivio fugaz le recorrió el cuerpo.
—¡Lena! —La voz de Pavel retumbó como un trueno. Con pasos firmes, se plantó frente a ella—. ¿En qué estabas pensando? ¡Te has arriesgado demasiado!
Sus ojos, fríos como el acero, delataban lo irritado y preocupado que estaba. Mónica lo había llamado para contarle lo ocurrido con la niña y, sobre todo, la actitud imprudente de Lena.
—Es mi hija —las palabras temblaron al salir de su boca—. ¡Mi niña estaba en peligro! ¿Qué que