Rubí
Regresé al carro solo porque varias personas vieron la disputa. En un silencio total e incómodo, atravesábamos toda Bogotá. Una hora después estaba aparcando frente a mi casa. Puso el seguro de la puerta. Ahora literalmente estaba encerrada.
—Disculpa por alzarte la voz.
—Quiero salir del auto, Emmanuel.
—¿Por qué le pediste ayuda a mis hermanas?
—No lo hice. Y si les conté lo de ayer, pero como una experiencia más, de hecho, yo pasé página. Lo que hayan pensado tus hermanas lo hicieron por ti, no por mí. No soy quien tiene la cara de querer desaparecer del mundo porque alguien no me ama. Pregúntale a ella, no les pedí ayuda de nada.
—Sí. Tal vez. Es mi puto problema el seguir enamorado de la misma mujer y que no exista nadie que pueda superarla. —No pienses en nada, de algo debe servir tu reacción tardía, pero eso sí dolió.
—Me alegra. Es bueno tener claro los sentimientos. ¿Qué tengo que ver yo ahí?
—No me gusta estar en boca de la gente y menos tener mi vida privada como domin