Cinco historias unidas por una amistad desde la infancia. Cinco cambios de vida que se darán de manera drástica y los llevará a caminar por el amargo arrepentimiento. Muy pronto la vida de Samuel Abdala; un ingeniero, organizador de peleas clandestinas y carreras ilegales, junto a sus inseparables amigos: Ernesto Orjuela; el odontólogo y organizador de apuestas. Emmanuel Villalobos; el médico y profesor alcahueta. Egan Katsaros; el economista y corredor ilegal. Alexey Kozlov; el administrador y peleador clandestino. Se verán involucrados en un sin números de adversidades, pero la situación más difícil les llegará al momento de permitir la entrada a sus complicadas vidas a cinco niñas. A las que veían como sus familiares. Ese sería el inicio del final de sus arrogantes vidas. Su mayor error fue permitirles adueñarse de sus corazones. Aprenderán a valorar los cimientos inculcados por sus familias. Caerán, le harán daño a quienes más los aman sin saberlo. Pero el destino a través de los años les enseñará a levantarse, para caminar de frente, a salir adelante para curar sus heridas. Drásticos sucesos los harán comprender que la vida es sencilla, pero no fácil. La vida les enseñará a pedir perdón, perdonar y perdonarse. Donde los momentos difíciles sin duda son más llevaderos si tenemos a la familia unida dispuesta a ayudarnos para poder decir… Lamento el daño, déjame sanarte.
Leer másGabriela
Regresé a la mesa donde nos habíamos sentado las cinco luego de dar mi discurso por la boda. Mis amigas me recibieron con felicitaciones por mi oratoria. Ya Maco había salido del grupo de soltera. Y eso que yo era la mayor de todas, aunque Maco no lo parecía por lo centrada y anciana mental que era.
Ella, que siempre tenía razón en lo que decía, nació con ese don de tener boca de santo. Mil veces me había dicho: no mires a Samuel como el hombre de tu vida. Lo amaba, pero no era un hombre para una sola mujer. Es mi hermano y lo conozco, podría hacerte daño si no te ama. Porque cuando lo haga, será el hombre más bello del mundo. Solo deben llegar a ese corazón escondido.
Nunca le he hecho caso, y espero no haberme equivocado con lo sucedido entre los dos en estos últimos meses. Ya había apostado por Samuel y mi sentimiento, por eso me entregué a él en la cárcel. —Sonreí como una tonta enamorada, al recordar...
—¡Estos pasteles están deliciosos! —exclamó Rubí, que tenía rato de no usar sus gafas.
—No me torturen. —dije sonriendo.
Me ha costado mucho bajar de peso. No soy obesa, pero si soy talla grande, no tengo el delgado cuerpo de Raquel o el de mamá. Yo salí a la familia del señor Carlos Maldonado, mi abuelita era una bolita hermosa. Por eso la genética portadora me mantenía en la cuerda floja para engordar si no controlaba la boca. Al menos había llegado a talla acorde a mis deseos.
Todas rieron, en ese momento Samuel se levantó de su mesa e ingresó a la casa. Era ahora o nunca. Desde su salida de la cárcel no había llamado, menos buscado, y debía enfrentar lo que pasaba entre nosotros. Sin importar. Aunque… no pienses en nada malo, muchas cosas cambiaron.
» Ya regreso. —dije.
Era la segunda en ausentarme, Angélica lo había hecho hace unos diez minutos. Debía de estar consintiendo a sus sobrinas. Lo vi subir las escaleras, lo seguí. Ingresó a su habitación sin cerrar la puerta, aproveché para escabullirme.
—Hola. —Sonreí, alzó una de sus cejas. Cerré la puerta.
—Gaby, si mi madrina o el tío Carlos te ven aquí encerrada conmigo, van a poner el grito en el cielo.
—No estamos en el siglo XVIII. No llamaste cuando saliste.
—¿Tenía que hacerlo?
Ups, se prendió la primera alarma. Sus ojos cafés detallaron toda mi anatomía, las inseguridades volvieron. Cerró los ojos y anticipé el porrazo de mi vida.
» Gabriela, fui muy claro contigo, tú aceptaste sin compromiso. —¡Atención! Necesito escondederos a peso.
—Sí, pero pensé… Continuamos haciéndolo…
—¡Porque tú lo permitiste! —Pasé saliva de manera muy sonora, sentía la cara hirviendo—. Me entregaste tu virginidad porque quisiste, continuamos intimando porque lo permitiste, fui claro. Pensé… Sabía que esto pasaría, eres muy niña. Te ilusionastes ¿cierto? Pensé que no lo tenías claro.
Hasta aquí me permito mendigar su afecto. En el fondo, Samuel no decía nada más que la verdad, así duela. Maco lo dijo. Angélica fue igual, mis otras amigas no sabían lo sucedido en las visitas a la cárcel.
—Tranquilo.
—Sabía… —suspiró—. No pretendo hacerte daño, te dije que te enamorarías… ya eres una mujer adulta, no actúes como niña.
—No vayas tan rápido. Amor no, atracción mucha, lo acepto. Pero ya tengo todo claro, no ha pasado nada. Me alegra que ya estés libre, nos estamos viendo.
Di media vuelta, antes de derramar las lágrimas. La piel la tenía erizada, la vergüenza era conmigo misma. No te martirices, estaba a un semestre de graduarme para seguir los pasos de papá en el bufete. ¡A la m****a, Samuel Abdala! Ya toqué fondo. Aunque era mi orgullo femenino quien hablaba. Quise jugármela como Maco lo hizo con Santos, pero me salió el tiro por la culata.
……***……
Angélica
Ya había pasado mucho tiempo desde nuestra ausencia, la familia tal vez haya notado nuestra desaparición. Como quisiera gritarle al mundo lo mucho que lo amaba, quisiera detener el tiempo para poder amarnos, gritar lo que sentíamos. Estaba feliz, por fin lo aceptó, deseaba tanto a Ernesto.
Su lengua hacía estragos en busca de la mía. Luego vendrán los remordimientos por estar cometiendo un pecado, aunque realmente no estábamos haciendo nada, salvo para nuestros padres, que sí nos veían como hermanos. Su mano se detuvo antes de tocarme en partes íntimas, no habíamos pasado ese límite, y bastante que lo había tentado.
—Ángel, debemos salir.
—Tócame.
—No puedo. —Pegó su frente a la mía. Nuestros labios estaban hinchados.
Desde que salió de la cárcel, mamá se ha desvivido por consentirlo, había sido imposible tener un poco de tiempo a solas. Además, desde su reclusión quedó congelado su centro de odontología, y papá lo había terminado. El lunes lo inauguraba.
Sus brazos aferraron fuertemente mi cintura, se notaba lo deseoso que estaba, pero se contenía. Su delicioso aroma al perfume masculino calaba todo mi torrente sanguíneo. Sus ojos verdes se habían oscurecido después de las palabras dichas; yo lo necesitaba.
—Hazlo. —negó.
Sus labios se unieron a los míos, sus dientes mordieron con suavidad mi labio inferior. Si esto era solo un beso, no imagino lo que Ernesto haría con mi cuerpo.
—Yo tomé una decisión, Ángel, aunque duela, la llevaré a cabo. Este será nuestro último beso.
—¡¿Qué?! —Mis ojos se humedecieron.
—No voy a defraudar la confianza, el amor y dedicación de mis padres.
—¿Me sacrificarás a mí?
Sin poder evitarlo, mis lágrimas salieron. Ahora comprendía su distanciamiento desde su regreso. No era por miedo a ser descubiertos. Era por haber renunciado a mí. Besó mi frente.
—Serás feliz, a sí por dentro, muera de celos, llegará otro hombre a tu vida. Yo escogí a la familia. A partir de ahora me obligaré a verte como una hermana, no como una mujer; unos besos no son tan trascendentales como lo sería el fundirme en tu cuerpo. Adiós.
No, no, no. No tuve tiempo para decir nada. Las manos comenzaron a temblarme, al igual los labios. No me escogió, no fue suficiente el amor que pensé que tenía hacia mí. Como una tonta imaginando en convertirme en su mujer, entregarme a él en cuerpo y alma, mi mente había idealizado una unión para toda la vida.
¿Cómo pretende Ernesto que lo vea como un hermano? Traté de mantener la cordura, debía salir o mamá se dará cuenta, no ha sido fácil engañarla. Pero ¿cómo oculto mi dolor?
……***……
Eugenia María
Egan llegó acompañado por una linda chica trigueña. Desde lo ocurrido en la boda civil de Adara, me quedó claro que perdía el tiempo ilusionándome con él. Por eso decidí alejarme. Cada vez que nos mandaron a visitarlos, sacaba una excusa. Tomé el consejo de su hermana. Él no merecía ni mis esfuerzos de venganza.
Ahora enfocaré las energías para terminar la carrera de ingeniería ambiental, además hace un semestre inicié hotelería y turismo. Hago las dos al mismo tiempo, quiero hacer muchas cosas por el medio ambiente. Necesitaba tener la mente ocupada, no quería pensar en tonterías como permitirle a mi corazón latir cada vez que ese monumento de hombre se aparecía.
En algún lugar debía de estar el hombre, quien sí caerá a mis pies, así no tenga la belleza según él. Pues… por mí que se meta un dedo donde… Respira, Euma. Llegué al lugar de las bebidas, pedí un cóctel.
—¿Tienes licencia para beber rizos?
Acabo de decir una cosa y aquí iba el corazón del traicionero desbocado con solo oírlo. Esos ojazos azules con su cabello rubio… era hermoso, este griego era tal cual lo recetaron mis médicos.
—Soy mayor de edad si es lo que te preocupa. Recién cumplidos, pero mayor de edad. —bebí un trago largo.
—No volviste a la cárcel desde el matrimonio de Adara. —¿Lo notó? El corazón se aceleró mucho más. Sonreí.
—Este semestre comencé con otra carrera, eso ha reducido mucho mi tiempo libre, me la paso estudiando. —Iba a preguntarle, cuando su acompañante llegó.
—Egan ¿te quedaste fabricando las bebidas?
EganArrugué la cuarta amenaza llegada a la mansión por parte de Athan contra mí, contra mi familia. Papá tomó el papel.—No dañes la evidencia, hijo. Carlos lo resolverá.—Saldrá el lunes. El fin de semana no pudimos hacer nada. Papá no quiero a ese degenerado fuera, les hizo mucho daño a mis padres en el pasado, fue el autor intelectual de los ataques contra Adara. No quiero ver a mi familia herida por ese enfermo de poder.—Nada de eso pasará.—¿Acaso sabes algo diferente?—Experiencia.—Quería viajar mañana para darle la sorpresa a Eugenia, pero con la situación como la tenemos no me atrevo a exponerla. Por eso dejé de usar el anillo.En la semana imité el acto de Rizos, lo llevaba en el cuello, apenas ingresé a la mansión, lo primero que hice fue ponérmelo. No quiero darle indicios a Athan para hacerle daño a Eugenia, podrían secuestrarla. De hecho, hasta fue lo mejor el figurar como divorciados. No quería ponerla en riesgo.No ahora cuando nos encontramos en esta extraña relació
AngélicaPapá se había quedado pálido, luego se fue poniendo rojo, muy, muy rojo y no podía respirar.—¡Eros!El grito de mi madre alertó a Eros, quien corrió a socorrerlo. No pude evitar el llorar mientras mi hermano se metía en su papel de médico. Si le pasaba algo, no me lo perdonaría nunca a pesar de no ser culpable.—Alejandro, respira, respira, eso es. Mírame, todo estará bien.Desde su episodio con su esposa e hijas, Eros, si alguien de la familia necesitaba su ayuda, lo trataba como un paciente normal, desvinculaba el vínculo y nos llamaba por nuestro propio nombre. Para así, no permitirles a los nervios ser los gobernantes de la situación. Mamá se había aferrado al niño, mientras el doctor le daba la atención correspondiente. Debía sacarlo de esa crisis respiratoria, nos dijo que era un ataque de pánico. Lo sentó en el piso para darle los primeros auxilios.Mi hijo comenzó a llorar, sin embargo, yo no pude moverme, ni ver a papá. Solo escuchaba el llanto de mamá al calmar a H
ErnestoLlegamos por fin a Italia y nos fuimos a la isla donde siempre había estado. Si nos ocultábamos de alguien aquí no era nada seguro quedarnos, este lugar debe de conocerlo muchas personas de su gremio. La travesía desde Colombia en mar y llegando a cada isla de camino, cambiando de nombres, aspectos fue agotador.—¿Y este es el lugar de seguridad?—En efecto. Nadie conoce esta propiedad, por eso su padre lo ha mantenido oculto aquí.Así era la vaina. Bajamos de la lancha, atravesé el muelle en dirección a la casa. Al ingresar en la sala me encontré con Alonso quien tenía puesto una bala de oxígeno, dos enfermeras recibían instrucción de un doctor. ¡Mierda! ¿Qué habrá pasado? De hecho, con ese hombre no sabía nada de nada y todo ahora me desconcertaba.—¿Se encuentra herido? —No Ernesto. ¿Pueden dejarme a solas con mi hijo? Ya lo que tenía que hacer se hizo.Mientras se alejaban me senté en el mueble al lado de él. No se veía nada bien, de hecho, parecía más delgado, sus ojera
AngélicaAcariciaba la cabecita de mi bebé mientras se alimentaba. La sensación de succionar la leche era indescriptible, mi pequeño Haim. En estos días había estado recapacitando, mi hermano tenía razón, este hijo no era solo mío. Mientras le sacaba los gases, recordé la conversación de hace dos días.Acabábamos de llegar al apartamento, Haim se quedó dos días en observación y yo no quise dejarlo solo, y gracias a la amistad con Alex y que la clínica era de él, por eso me pude quedar sin problemas. Eros y él no lo dejaron salir hasta cerciorarse de que mi bebé se encontraba en óptimas condiciones. Ya fuera de toda duda de su tío doctor, no nos dieron salida. —Nadina me está llamando.Me ayudó a acostarme, me entregó a mi hijo y salió a llamar a su esposa. Le di un beso en la frente y el aroma de bebé era delicioso, o tal vez lo sentía así porque era mi hijo. Dormía profundo, envuelto en sus mantas blancas. No sacó mis ojos, de hecho, los tiene verdes como su padre y no tiene casi ca
María PaulaAl llegar, respiré profundo. Prefiero quedar como una celosa, y no me quedo con la duda. Bajé del auto, mientras caminaba hacia las oficinas mi corazón parecía una locomotora. Reconozco que las inseguridades volvieron. No sería la primera vez que él hace algo por este estilo. Pero en el pasado no éramos nada, ahora vivo con él.—Señora Villalobos. ¿Qué alegría verla por las oficinas?—¿Señora? ¿Desde cuándo, Aurora? —sonrió.—Hoy el joven me invitó a la cena de mañana por motivo de su vida en pareja.Si hace eso no debe de engañarme. Deja de alimentar tus inseguridades María Paula. Sonreí ante la secretaria de mi marido.—Hablando de él. ¿Se encuentra?—Acabo de llegar a mi puesto, el joven se encuentra en su oficina, pasó un buen tiempo reunido con su padre.—¿Puedo pasar o me anuncias?—Es hora de almuerzo, de hecho, voy saliendo.—Gracias.Al ingresar mi marido se veía sumergido en muchos papeles, me sentí tan mal por desconfiar. Al verme sonrió.—¿Vainilla?—Campeón.P
María PaulaMi tía iba por el séptimo regaño ante mi gran idea, puede que se enoje, pero tenía la corazonada de que dará resultado. La doctora Diana bajó la mirada.—¡Se te fue la mano, María Paula Villalobos L’Charme! —Se encuentra muy enojada, pocas veces me llamaba con el nombre completo—. Quien más me sorprende es usted, doctora.—¡Debía hacerla reaccionar, tía! Fernanda me dijo que funcionó contigo.—¿Esto fue obra de Fernanda?—Ella solo dio la idea y yo comprendí el mensaje de quién sería la metiche milagrosa. —Me miró, ya no estaba iracunda.—Entonces te valiste del pasado pernicioso de Samuel.—Tía, Gabi salió de la casa por celos, ¿quién quita y ahora salga por lo mismo?—Esa psicología es un arma de doble filo más para su trauma clínico. Además, yo ya estaba embarazada de María Constanza. —miró a la doctora—. ¿Deja mucho que decir, doctora Sanabria?—Lo hice, porque me sentí identificada con su hijo y no por atracción, pasó al lado de la paciente las horas en las que ella s
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