El GPS guió a Portia por calles cada vez menos iluminadas hasta que llegó a Marlowe Street.
Era exactamente como había visto en el mapa satelital—una zona semi-rural donde las casas estaban separadas por terrenos amplios, árboles viejos creando sombras largas bajo las pocas luces de calle. El tipo de lugar donde los vecinos no podían ver lo que pasaba en la casa de al lado.
El tipo de lugar perfecto para secretos.
Portia condujo despacio, buscando el número 847. Su corazón latía tan fuerte que podía escucharlo en sus oídos. Las manos le sudaban sobre el volante.
Esto es una locura, pensó por décima vez. Debería dar la vuelta y regresar a casa.
Pero no lo hizo.
La casa 847 apareció al final de la calle. Dos pisos, estilo colonial, con jardín grande pero descuidado. Las luces estaban encendidas en las ventanas del primer piso, cortinas parcialmente cerradas.
Y en la entrada…
El estómago de Portia se hundió.
Un BMW negro. El mismo modelo que Latham conducía. Las mismas placas.
No. No, no