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Capítulo 5: El primer mensaje

Portia llegó a casa a las seis y media.

Latham todavía no estaba—su reunión realmente se había alargado—así que Portia tuvo tiempo para procesar en silencio.

Se sirvió una copa de vino tinto, se sentó en la terraza trasera mirando el jardín que Latham mantenía impecablemente cuidado. Las rosas que había plantado el año pasado estaban floreciendo, rojas y perfectas.

Su teléfono descansaba en su regazo, esos mensajes quemando un agujero en su conciencia.

¿De verdad iba a hacer esto? ¿Espiar a su propio esposo basándose en mensajes anónimos de alguien que probablemente estaba tratando de causarle daño?

Pero entonces… ¿por qué mencionar a Margaret? ¿Por qué todo esto el mismo día que descubría la herencia y el investigador privado?

¿Estaba todo conectado de alguna forma?

Portia tomó otro sorbo de vino, tratando de organizar sus pensamientos. Era terapeuta. Estaba entrenada para analizar comportamientos, patrones, inconsistencias.

¿Había algo en el comportamiento de Latham últimamente que fuera inconsistente?

Repasó mentalmente las últimas semanas. Latham había estado… normal. Cariñoso. Atento. Trabajando duro, sí, pero siempre trabajaba duro. Ninguna llamada extraña. Ninguna excusa sospechosa. Ningún cambio en su rutina.

Nada.

Excepto…

Portia frunció el ceño, recordando.

Hace dos semanas, Latham había llegado a casa a las once de la noche. Dijo que había tenido que quedarse tarde en la oficina para terminar un diseño con deadline urgente.

Portia no había cuestionado. ¿Por qué lo habría hecho? Latham a veces tenía deadlines que requerían horas extras.

Pero ahora, con estos mensajes en mente…

¿Había realmente estado en la oficina?

“Para”, se dijo Portia a sí misma. “Estás dejando que mensajes anónimos te vuelvan paranoica.”

El sonido de un auto en la entrada la sacó de sus pensamientos. Latham llegando a casa.

Portia tomó un respiro profundo, se obligó a sonreír, y fue a recibirlo.

Latham entró cargando bolsas de comida para llevar.

—Perdón por la tardanza —dijo, besándola rápidamente—. La reunión fue un desastre. Pero traje tailandés de tu restaurante favorito como compensación.

Se sentaron a comer en la mesa del comedor. Latham le contó sobre su día—el cliente difícil que cambiaba de opinión cada cinco minutos, el diseño que estaba resultando más complicado de lo esperado.

Portia asentía, hacía las preguntas apropiadas, actuaba normal.

Pero parte de ella estaba observando. Realmente observando.

¿Había algo diferente? ¿Alguna señal que había estado perdiendo?

—¿Portia? —La voz de Latham la sacó de sus pensamientos—. ¿Estás bien? Has estado rara desde que llegué.

—Perdón. Solo… todavía procesando lo de Margaret. Y la herencia. Es mucho.

Latham se levantó, rodeó la mesa, masajeó sus hombros.

—Lo sé, amor. Es normal estar abrumada. —Sus manos eran cálidas, familiares, reconfortantes—. ¿Quieres que tomemos un baño juntos? Te ayudaría a relajarte.

Portia miró el reloj en la pared. 8:15 PM.

Si iba a ir a Marlowe Street a las nueve, necesitaba inventar una excusa pronto.

—En realidad —dijo lentamente—, tengo que hacer una llamada de trabajo. Una de mis pacientes, Sarah, está pasando por una crisis. Me envió un email durante mi reunión con el abogado. Necesito llamarla para verificar que esté bien.

No era mentira completa. Sarah había enviado un email. Pero no era urgente.

—¿Quieres privacidad? —preguntó Latham.

—Sí, probablemente será una llamada larga. —Portia se levantó, lo besó—. ¿Te importa si lo hago desde mi estudio?

—Para nada. Voy a ver el partido entonces. —Latham sonrió—. Grita si necesitas algo.

Portia subió a su estudio—el cuarto pequeño que había convertido en oficina en casa—y cerró la puerta.

Se sentó en su escritorio, mirando la dirección de Marlowe Street en su teléfono.

Esto era una locura. Completamente una locura.

Pero necesitaba saber.

Portia miró por la ventana. Daba al jardín lateral, con entrada propia. Podía salir sin que Latham la viera desde la sala.

Tomó su bolso, su teléfono, las llaves del auto. Se cambió rápidamente a jeans oscuros y suéter negro—ropa menos conspicua que su traje de trabajo.

A las 8:45 PM, abrió la ventana del estudio silenciosamente y salió.

No era la primera vez que usaba esta ruta. Había sido su escape secreto en la adolescencia, cuando quería escabullirse sin que sus padres lo supieran.

Algunos trucos nunca se olvidaban.

Llegó a su auto, lo encendió sin luces, y salió de la entrada en silencio.

Recién cuando estuvo en la calle encendió las luces y aceleró hacia las afueras de la ciudad.

Hacia Marlowe Street.

Hacia la verdad, fuera cual fuera.

Su teléfono vibró. Otro mensaje del número desconocido:

“Bien hecho, Portia. Ahora prepárate para ver quién es realmente tu esposo.”

Un escalofrío le recorrió la columna.

No de miedo.

De premonición.

Algo le decía que después de esta noche, nada sería igual.

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