El día pasó en un borrón de sesiones de terapia.Portia atendió a tres parejas, cada una en su propio infierno particular. Los escuchó con la atención total que siempre daba, ofreció perspectivas, sugirió ejercicios, les dio esperanza donde podía encontrarla.Pero parte de su mente—esa parte que normalmente podía silenciar durante trabajo—seguía regresando a esos mensajes.A las tres en punto, llegó al bufete Torres & Asociados. El edificio era elegante, piso quince, oficinas con vista panorámica de la ciudad. Edmund Torres resultó ser un hombre de unos sesenta años, cabello plateado, traje impecable, el tipo de abogado que cobraba mil dólares la hora.—Dra. Vale, gracias por venir —extendió la mano con apretón firme—. Siento que tengamos que reunirnos bajo estas circunstancias.—Yo también. —Portia se sentó en la silla de cuero que él indicó—. Todavía estoy procesando todo.Edmund abrió una carpeta gruesa sobre su escritorio.—Entiendo completamente. La muerte repentina siempre es di
Leer más