Kael
El eco de mis propias amenazas aún vibraba en las paredes de piedra del salón de guerra mientras caminaba por los pasillos sumidos en la penumbra, mis pasos, ahora calzados pero aún pesados, resonaban con una finalidad fúnebre. El barro bajo mis uñas y la sangre seca en mi rostro eran recordatorios físicos de la bestia que había liberado en el bosque, pero el frío que sentía en el pecho... eso era puramente humano.
Subí las escaleras hacia el ala este, el territorio de Lia.
Cada fibra de mi ser gritaba por aislamiento, por encerrarme en mi despacho y beber hasta que la imagen de Lyra en los brazos de Dorian se borrara de mis párpados pero sabía que ella estaría allí. Lia no era de las que esperaban en silencio ella era un depredador de seda y perfume y yo acababa de prenderle fuego a su zona de confort.
Cuando abrí la puerta de nuestra antecámara, el olor a jazmín y lavanda me resultó casi asfixiante. Lia estaba sentada en un diván de terciopelo, perfectamente peinada a pesar