Los días transcurrieron entre falsos cuidados y fingidas lágrimas. Freya, con su aspecto pálido y vulnerable, no tardó en declarar que su salud había mejorado. Los sanadores, convencidos —o manipulados—, dieron su aprobación. El Consejo, ansioso por proteger el linaje, no perdió más tiempo. Ordenaron que la ceremonia debía celebrarse sin más demoras.
Los sirvientes comenzaron a moverse, los anuncios se enviaron a cada territorio aliado y el castillo volvió a llenarse de los aromas festivos de un matrimonio impuesto.
Muy lejos de ahí, en las tierras de la Manada de las Sombras, Enzo estaba en su despacho cuando Marco entró con rostro tenso y una carpeta en la mano.
—Llegó hace unos minutos. Es de nuestro informante.
Enzo lo tomó sin decir nada y comenzó a leer. Su mirada, al principio fría, fue endureciéndose con cada línea. No tardó en soltar un bufido entre dientes. Lanzó la carpeta sobre el escritorio con violencia.
—Así que al final lo hará —escupió con desprecio—. Va a casarse con