Isla estaba de pie junto al ventanal de su apartamento, con las luces de la ciudad parpadeando como si fueran seres vivos, inquietos y vivos. Tenía el teléfono pegado a la oreja, pero su mirada era distante, aguda y calculadora. El informe de sus investigadores aún resonaba en su cabeza: sin identidad, sin pasado, sin registros. Elena era un fantasma. Y los fantasmas, Isla lo sabía, nunca eran inofensivos.
Marcó el número de Valeria sin dudarlo.
La llamada se conectó casi al instante, como si Valeria hubiera estado esperando, esperando este momento. Isla no perdió tiempo en saludos.
"Valeria", dijo con frialdad, con voz firme pero con un filo de acero, "Necesito que me escuches con mucha atención".
Valeria se enderezó donde estaba sentada, apretando los dedos alrededor de su teléfono. "Te escucho".
"Quiero que descubras quién es Elena en realidad", continuó Isla. “No el nombre que usa ahora. No la historia refinada que le cuenta a la gente. Quiero su identidad original: de dónde viene