El baño de la suite de invitados estaba impregnado del olor metálico de la sangre y del aroma aséptico del alcohol.
Brendan dejó caer la servilleta empapada en rojo en el lavabo y abrió el grifo. El agua fría golpeó su mano, limpiando la herida, pero el ardor no se atenuó.
Se miró en el espejo. Su reflejo le devolvió la imagen de un hombre al borde del abismo. La corbata deshecha, el rostro pálido, su cabello revuelto.
Había perdido el control.
Por primera vez en mucho tiempo, la máscara de hielo que había perfeccionado para sobrevivir en la casa de su padre se había agrietado.
Y todo por ella.
Por la forma en que Thomas la tocaba. Por la forma en que ella aceptaba la humillación con una sonrisa pintada, como una muñeca de porcelana que ha aprendido a no gritar.
Cerró el grifo y comenzó a vendarse la mano con movimientos bruscos y eficientes. El dolor físico era un ancla necesaria, algo real en medio de la pesadilla surrealista en la que se había convertido su vida.
Pero mientras l