El amanecer la encontró en la cama de Thomas.
Chloe despertó con la sensación de asfixia que precede a la caída. El reconocimiento le apretó el pecho.
Thomas la había llevado a su habitación, la suite principal que olía a poder y a colonia cara, y ella no había opuesto resistencia. Era el precio de la entrada. Su cuerpo era la última moneda que le quedaba para pagar su acceso al infierno personal de Thomas, el peaje necesario para desmantelarlo desde su epicentro.
La luz grisácea del día se filtraba por los ventanales, iluminando el diamante en su dedo anular. Brillaba de manera obscena. No era una joya, sino un grillete. Un peso muerto y frío que le recordaba el precio de su venganza, el rostro destrozado de Brendan y la brutalidad de sus propias palabras. Y cuánto odiaba la mujer en que se había convertido por culpa del odio.
Se movió con cuidado, deslizándose fuera de las sábanas. Thomas dormía a su lado, su respiración profunda y rítmica. Incluso inconsciente, su rostro poseía una