El trayecto al sofisticado edificio de la empresa fue un ejercicio de disciplina brutal. Chloe iba sentada en el lujoso interior del Bentley, el silencio roto solo por el suave ronroneo del motor y la voz de Thomas al teléfono. El mismo camino de los últimos meses, pero nada era igual.
El anillo de diamantes en su dedo anular se sentía como un grillete.
Thomas colgó la llamada y su mano se posó sobre la rodilla de Chloe. Un gesto posesivo, habitual en él, pero que ahora, con el peso del diamante, se sentía como el sello final de una transacción.
—Te ves pálida, cariño —murmuró, su pulgar rozando la seda de su falda—. ¿Nervios por la boda?
Chloe le ofreció una sonrisa suave y de falsa modestia.
—Solo estoy ansiosa por que todo sea perfecto, Thomas.
Él pareció satisfecho. —Lo será.
Cuando cruzaron el vestíbulo, las miradas se posaron en ella con disimulo. Chloe no era ajena al hecho de que el diamante en su dedo llamaba la atención, no solo por ser deslumbrante, sino por su significado.