Esa noche, Chloe dió vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño. Los recuerdos de lo ocurrido en la bodega la perseguían en medio del silencio y la penumbra que envolvían su habitación.
Aún podía sentir el beso de Thomas, la invasión disfrazada de ternura, la presión en su cintura. Había respondido, porque debía hacerlo, porque la máscara era su única arma, pero cada segundo había dejado una marca en su pecho.
El beso rondaba en su mente como un espectro que no quería irse. Cada vez que cerraba los ojos lo veía, pero no como el hombre sofisticado y seductor que todos admiraban, sino como el rostro del monstruo que había destruido su vida y arrebatado lo más preciado que tenía.
Besarlo había sido como probar veneno. Y, aun así, debía hacerlo de nuevo. Debía mantener el disfraz. Se observó en el espejo mientras pintaba su boca de carmesí, dejando que el gesto le recordara el propósito que la sostenía. Se prometió a sí misma que Thomas Davenport caería, sin importar cuánto tuv