La mañana en la oficina transcurría con la calma aparente de cualquier otra jornada. Los relojes marcaban su paso inalterable, las teclas sonaban a lo lejos y el murmullo de los pasillos parecía un río constante que nunca cesaba.
Chloe, sin embargo, apenas escuchaba aquel rumor cotidiano. Su mente estaba atrapada en otro cauce, uno más oscuro, donde cada pensamiento giraba alrededor de los archivos a los que no había podido acceder.
Los recordaba con nitidez. Carpetas antiguas, protegidas por un cifrado que parecía construido para sepultar la verdad bajo capas de silencio digital. Había tomado nota mental de los títulos, de las fechas, de los nombres sueltos que alcanzó a leer antes de que la pantalla se cerrara como un portón blindado.
Esa sensación de que lo verdaderamente importante se encontraba allí, detrás de un muro que no debía cruzar, no hacía más que alimentar su obsesión.
Un golpe suave en la puerta interrumpió sus pensamientos.
—¿Puedo? —era la voz de Brendan.
Chloe levan