24. Padre e hija
Los ojos de Gina, al posar su mirada en su hija, destilaban repudio, como si contemplara un defecto molesto que no sabía cómo corregir. Saphira se recompuso con rapidez, a pesar de que una delgada línea de sangre le corría desde la comisura del labio.
—¿Qué has estado haciendo todo este tiempo? —la increpó su madre con su tono severo de siempre. No había cambiado nada—. ¿¡Acaso Medea sabe algo!? ¡Habla!
—Gina, baja la voz, pueden oírnos —le susurró su esposo al oído—. Tomemos las cosas con calma.
—¿Con calma? ¿Escuchaste lo que dijo Medea? Seguro que sospecha algo porque esta inútil ha estado haciendo de las suyas. ¿Y qué es eso de que Alin la agredió? ¡Qué clase de educación le estás dando!
—¡Bueno, ya basta, mamá! —replicó Saphira, iracunda—. ¿A eso viniste? ¿A pegarme y gritarme sin saber realmente lo que está pasando aquí?
—Explícate, Saphira. Hace tiempo que no nos llamas ni nos tienes al tanto de nada. ¿Acaso crees que somos adivinos? —intervino Norman, con el ceño fruncido.
—Es