—¿Quién es ese hombre? —gritó Javier, su voz retumbando en la amplia sala, cargada de rabia y desconcierto. Su mirada era un volcán a punto de estallar, buscando respuestas en el rostro de Paula, quien intentaba retroceder, alejarse de la escalera que parecía una trampa mortal.
—No tengo por qué darte explicaciones —respondió Paula con firmeza, aunque su voz temblaba—. Apresúrate a darme el divorcio y aléjate de mí.
Javier avanzó un paso, y ella instintivamente lo empujó. Pero él no se detuvo; la retrotrajo a su lado con fuerza, como si no aceptara su distancia.
—¡Eres mía, Paula! —vociferó, y antes de que pudiera reaccionar, la tomó entre sus brazos y la besó con ardor y pasión desbordada, con una intensidad posesiva que parecía querer marcarla como suya para siempre.
En ese instante, un choque inesperado sacudió la escena: alguien lo empujó por detrás y le propinó una bofetada que resonó como un eco de justicia contenida.
—¡Te ha dicho que no, ¿no es suficiente?! —exclamó el hombre,