—¡Lo siento! —exclamó Paula con voz temblorosa, mientras daba media vuelta y salía apresuradamente de la habitación.
La otra empleada entró con cautela y, al ver al señor Uresti sentado al borde de la cama, se detuvo un momento, observándolo con una mezcla de respeto y miedo reverencial.
—Una disculpa, señor Uresti. Con permiso —dijo en voz baja, tratando de no incomodarlo más.
—¡Detente! —interrumpió él con firmeza, su voz resonando como un látigo en la habitación—. ¿Quién es ella?
La mujer bajó la mirada, dudando por un instante antes de responder.
—Ah, es la nueva mucama, señor. Se llama Paula.
Él asintió lentamente, sin apartar la vista de la puerta por donde Paula había salido. La tensión en la habitación era casi palpable.
—Vete —ordenó con voz seca.
La mujer salió casi corriendo, dejando tras de sí un silencio pesado.
El hombre se sentó en el borde de la cama y por un instante cerró los ojos.
Su mente volvió a esa mujer que jamás podría olvidar.
Por un momento, Paula le había re