—¿Tú…? —la voz de Viena se quebró, y sus pasos retrocedieron como si el suelo ardiera bajo sus pies.
Norman sonrió con esa mueca oscura que ella conocía demasiado bien, una sonrisa envenenada por la soberbia y el deseo de dominio.
—¿Acaso creíste que podías escapar de mí? —dijo con voz grave, arrastrando las palabras como un verdugo que disfrutaba anunciar su sentencia.
Viena contuvo la respiración.
El aire se hizo espeso, y sus manos temblaron apenas un segundo antes de cerrarse en puños. Dio un paso hacia la salida, dispuesta a huir, pero él se adelantó.
Su mano fuerte y fría atrapó su brazo, inmovilizándola.
—¿A dónde vas? —susurró él, con un tono que mezclaba burla y amenaza—. Pagué por ti. Baila… para mí.
Los ojos de Viena ardieron de furia.
—¿Has venido a humillarme? —escupió con rabia—. ¿Nunca lo vas a superar?
Él se inclinó sobre ella, tan cerca que el aliento de Norman rozó su rostro.
Sus labios estuvieron a un suspiro de besarla, pero la mujer sostuvo su mirada con orgullo, a