Paula la miró con un desprecio helado, los ojos fríos como el acero. Su voz sonó más cortante que cualquier cuchillo.
—Hazlo… pero antes, ¿por qué no haces una prueba de ADN? Prueba que ese hijo sea de Javier, porque estoy segura de que es falso.
Alicia se quedó paralizada.
Un escalofrío recorrió su espalda y sus ojos se abrieron de par en par, llenos de horror y desconcierto.
Durante un instante, su mundo pareció detenerse.
Luego reaccionó como una fiera acorralada: se lanzó hacia Paula, con la intención de golpearla, de descargar toda la rabia contenida, de hacer que aquel desprecio se sintiera en carne viva.
Pero antes de que su mano pudiera tocarla, Javier la sujetó con firmeza del brazo, su fuerza era como una muralla que impedía cualquier impulso.
—¡Váyanse los dos de aquí! ¡Son escoria! —exclamó Javier, con los ojos encendidos de ira, y la voz resonando en la fría habitación como un trueno.
El sonido de la puerta abriéndose anunció la llegada de la enfermera. Con autoridad, ord