Las mucamas no dudaron ni un segundo en lanzarse contra Viena.
Una la sostuvo con fuerza por los brazos, inmovilizándola, mientras la otra comenzó a golpearla con una brutalidad que le arrancó un grito de dolor.
—¡Deténganse! —rugió Viena, intentando liberarse.
Rafael lloraba desconsolado, sus ojitos enrojecidos de miedo, pero en medio del caos logró salir corriendo.
Su pequeño corazón latía con desesperación, como si supiera que su madre corría peligro real.
En el pasillo, se encontró con Norman.
—¡Papito! —lloró, abrazándose a su pierna—. Mamita… por favor, ¡sálvala!
Norman lo miró confundido.
Dudó un instante, dividido entre la frialdad que había impuesto en sí mismo y el grito desgarrador del niño. Pero los alaridos que llegaban desde la cocina fueron demasiado claros.
No podía ignorarlos.
Corrió hacia el ruido, empujado más por el instinto que por la voluntad.
Al entrar, la escena lo dejó helado. Viena se defendía como podía, forcejeando contra dos mujeres que la golpeaban sin p