Mundo ficciónIniciar sesiónNarrado por Myra
Selara me guía fuera de la comisaría como si yo fuera una sombra pegada a su costado. No entiendo cómo logró sacarme de allí, sin preguntas, sin papeles, sin procedimientos. Solo sé que los policías, antes tan duros, evitaban mirarla a los ojos, como si su presencia los incomodara… o los aterrara. El aire frío de la madrugada me golpea en la cara. Apenas puedo respirar. Y entonces la veo. Una ambulancia estacionada frente a la puerta. Las luces apagadas. Las puertas traseras abiertas. —No… —susurro sin atreverme a moverme. —Sí —responde Selara, como si leyera mis pensamientos—. Vamos. Mis piernas se activan solas. Me acerco. Dentro, en una camilla limpia, con una manta suave y monitores modernos, está mi hermana. Mi dulce Evelyn. Tiene una cánula en la nariz, la piel un poco más sonrosada, y dos enfermeras —de verdad, profesionales— ajustan los equipos con total cuidado. —hermanita… —mi voz se rompe mientras subo al vehículo. Ella abre los ojos. Me mira. Y aunque su cuerpo está débil, su sonrisa ilumina todo el interior de la ambulancia. —Myra —susurra, extendiendo su mano temblorosa hacia mí—. ¿Qué… qué está pasando? ¿Dónde estamos? Tomo su mano con ambas mías, temblando igual. —Estás bien. Te van a llevar a un mejor hospital. Te van a tratar. Vas a estar mejor. Su mirada se humedece. Yo también estoy al borde de las lágrimas. —Myra… —dice con un hilo de voz—. Eres… un milagro. Sabía… sabía que encontrarías una solución… A mí se me parte el corazón. Esta no es una solución. Es un pacto con un monstruo. Un trato que podría matarme. Pero ella no puede saberlo. No hoy. No así. Solo asiento, tragándome mi propio miedo. Detrás de mí, Selara aparece apoyada en el marco de la puerta de la ambulancia. Sus ojos plateados analizan la escena con una mezcla extraña de interés… y superioridad. —Tu hermana estará en las mejores manos —dice con calma, como si yo debiera estar agradecida—. La institución médica que elegí es la mejor entre humanos. Le harán estudios, diálisis profesionales, cuidados permanentes. Lo que tú jamás hubieras podido pagar. Me giro hacia ella con un nudo en la garganta. —¿Por qué… por qué haces esto? —pregunto, apenas en un susurro. Selara sonríe. Esa sonrisa suya que no alcanza los ojos. —Porque un trato es un trato, Myra. Yo cumplo mi parte. Tú cumplirás la tuya. Las palabras caen pesadas dentro de mi pecho. Evelyn aprieta mi mano con una fuerza que no sabía que aún tenía. —Gracias, Myra… gracias por no rendirte conmigo. No puedo decirle la verdad. No puedo decirle que estoy aterrada, que estoy atrapada, que estoy a punto de desaparecer detrás de un muro prohibido. Solo beso su frente y dejo que la ambulancia se la lleve. Se llevan a mi hermana. Mi única familia. Mi única razón de existir. En realidad no somos hermanas de sangre, ella y yo crecimos en un orfanato, nunca fuimos adoptadas, así nos adoptáramos como hermanas y al cumplir los dieciocho años, nos fuimos a vivir juntas. Pero ella enfermó muy pronto. Y cuando la sirena se enciende y el vehículo parte… Siento que también se llevan el último pedazo de la vida que conocía. Selara se acerca a mí. Me coloca una mano en el hombro. Su tacto es frío, pero firme. —La institución la cuidará. Mucho mejor de lo que tú jamás pudiste —dice sin filtro. Cierro los ojos. Esa frase me duele más que cualquier golpe. —Nos vamos —ordenó—. subimos a su auto y ella arranca, increíble como podemos parecernos físicamente, pero somos totalmente distintas a la vez. Mi respiración se volvió más agitada. No sabía si era miedo, culpa o la sensación de que mi vida estaba siendo arrancada de mis manos. —Selara… —comencé, temblorosa—. Yo… yo no puedo fingir ser una mujer loba. Ni siquiera creo poder fingir ser tú. No hablo como tú. No camino como tú. No sé cómo se comporta una… Luna. Se giró lentamente y me miró como si fuera una niña tonta que no entiende lo obvio. —Por supuesto que no sabes —respondió, arqueando una ceja—. Eres humana. Torpe. Emocional. Demasiado… transparente. Me mordí el labio. Eso dolió más de lo que debería. —Pero te enseñaré —añadió, dando un paso hacia mí. La cercanía me heló la piel. —¿Enseñarme…? ¿Qué cosa? —Todo —susurró, como si fuera un secreto prohibido—. Cómo hablo. Cómo me muevo. Cómo miro a la gente. Cómo trato a los inferiores. Qué debo responder, qué nunca debo tolerar. Qué secretos nadie puede conocer. Qué miedos no puedes mostrar. Qué lugares debes evitar. Y, sobre todo… —su voz bajó— cómo comportarte frente al Alfa. Mi garganta se cerró. —Selara… no soy actriz. Ni siquiera pude mentirle a mi hermana sobre mis turnos dobles sin llorar. ¿Y tú quieres que finja ser una… reina? Ella sonríe como si fuera adorable ver que me ahogo en mi propio miedo. —No eres una reina —corrige—. Eres la Luna del Alfa Rey. Mucho más que una reina. Eres la voz de la manada. La marca de la Luna. La que él cree que le pertenece. Me quedo sin palabras. Sin aire. Sin cordura. Ella suspira, como si se cansara de mi humanidad. —Mira, Myra —dice en un tono más firme—. Solo serán noventa días. Noventa días en la casa del Alfa. Después de eso, todo volverá a la normalidad. Tú regresarás a tu vida humana con dinero suficiente para cuidar a tu hermana, para mudarte a un mejor lugar, para comenzar de cero. Y yo… —sus ojos brillan con un deseo oscuro— regresaré como si nunca me hubiera ido. —¿Lo prometes? —pregunto con voz temblorosa. —Lo juro por la Luna que me parió —dice con una solemnidad que… por un instante… parece sincera. Pero entonces su mirada cambia. Se vuelve más fría. Más peligrosa. —Pero escucha esto con atención, Myra Hayes —dice mientras se acerca lo suficiente como para que sienta su aliento helado en mi mejilla—. Si decides romper el trato… si decides huir… si intentas dejar el territorio lican antes de que pasen los noventa días… Traga saliva. Mi piel se eriza. Mis piernas tiemblan. Selara me mira directo a los ojos. —La Luna te matará. No yo. No el Alfa. No la manada. La Luna misma. El territorio está encantado. Las humanas que cruzan… no pueden irse. No sin permiso. Siento que mi alma cae como un peso muerto dentro de mí. —¿Entendiste? —pregunta. Asiento. No puedo hacer otra cosa. —Bien —dice finalmente, como si cerrara un trato comercial. —Entonces prepárate. A partir de esta noche, Myra Hayes ha dejado de existir. Ahora aprenderás a ser… Selara Gray.






