El aire del templo se volvió pesado, cargado de un olor metálico que erizó la piel de Eliana. El círculo de símbolos ardía bajo los pies de Veyron, y de las grietas emergieron figuras retorcidas. Primero, sombras informes. Luego, cuerpos musculosos que se estiraban, desgarrando su propia piel en medio de crujidos horribles.
Los aullidos rompieron el silencio, tan potentes que hicieron vibrar las piedras suspendidas. Ojos dorados, colmillos afilados y garras como cuchillas se revelaron en la penumbra. Eran hombres lobo, pero no los que las leyendas describían como libres y salvajes; estos llevaban en sus pechos grabados incandescentes con el mismo símbolo oscuro del anillo de Veyron.
—No puede ser… —susurró Kael, retrocediendo un paso—. Creímos que estaban extinguidos.
Veyron extendió los brazos, su silueta bañada en fuego negro.
—Extinguidos no. Esclavizados. La Orden del Eclipse los guarda como su ejército secreto, esperando el momento exacto para soltarlos sobre este mundo.
Eliana s